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martes, 7 de octubre de 2014
INTERCIONAL: La inquietud se desata en Alcorcón por la enfermera contagiada de ébola
Ante la falta de información oficial, Alcorcón (170.000 habitantes) se convirtió ayer una ciudad de bulos. Los había de todo tipo: supermercados y grandes superficies cerrados por el miedo al contagio, personas ingresadas en los hospitales con solo una mascarilla de protección... Pero nada de eso era verdad. Todo funcionaba con la habitual normalidad, aunque los comentarios y los rumores eran incesantes. No había ayer una calle donde no se estuviese hablando de la enfermera contagiada por el ébola. El lunes, sin embargo, el miedo no se había extendido aún como ayer, pues eran muchos los que pensaban que Teresa Romero, de 44 años, vivía en otro pueblo, aunque hubiese acudido al hospital de Alcorcón para ser atendida.
A medida que pasaba la mañana, cada vez más ciudadanos optaron por anular las consultas en el centro hospitalario. El habitual trasiego del vestíbulo central del hospital fue palideciendo. Algunos de los transeúntes portaban máscaras. “Me la he traído de mi casa. Padezco de los pulmones”, se justificaba un anciano escoltado por dos familiares que también iban con la boca cubierta.
Pero la escena más angustiosa se vivió el lunes en el hospital de Alcorcón cuando una de las auxiliares de enfermería que trató a la paciente el día de su ingreso sufrió una crisis de ansiedad y hubo que atenderla: no quería atenderla por miedo.
De hecho, a las 12.00 de ayer, los trabajadores se concentraron a la entrada del hospital en protesta por la forma de actuar de la dirección del centro.
Mientras, el ambulatorio Pedro Laín Entralgo, en la avenida de la Libertad y muy cerca de la salida del metro, trabajaba a pleno rendimiento y sin que sus pacientes supieran que a este centro había acudido la enfermera afectada a finales de septiembre. Es más, la dirección estaba más preocupada en que no entrasen los periodistas que en informar a los pacientes. En la puerta, los vigilantes de seguridad se encargaban de filtrar el acceso. Los enfermos y sus familiares permanecieron ajenos a todo lo que estaba ocurriendo. “La verdad, no tenía ni idea. Me lo acaban de decir por teléfono y no me lo podía creer”, afirmaba una funcionaria municipal que acudió a por una receta al centro de salud.
Los que más sorprendidos estaban eran los de los negocios más próximos a la urbanización en la que reside la infectada. Los establecimientos —bares y peluquerías, principalmente— abrieron con normalidad y, conforme avanzaba la mañana, la comidilla de todos ellos era el contagio del ébola. “Pues quizás si les viera, sabría quiénes son, pero así, de primeras, no les pongo cara”, decía el camarero de un bar situado enfrente de la casa. “Desde luego da un poco miedo pensar que está tan cerca. Espero que no pase nada”, añadía el empleado mientras servía una cerveza. De fondo, el informativo de televisión abría en directo con Alcorcón. “Mira, si eso es ahí mismo, en la otra calle”, decía un grupo de obreros mientras miraban la pantalla.
Bastantes vecinos de Alcorcón paraban sus coches justo delante de la vivienda, al ver la presencia de dos coches patrulla y algunos periodistas. Muchos permanecían ajenos pero, al enterarse, se molestaban por no haber sido informados de lo ocurrido. En los bares y cafeterías, a la salida de los colegios y en las redes sociales, el tema del ébola había sustituido al habitual del fútbol.
La que vivió una jornada más o menos tranquila fue la farmacia situada junto al domicilio de Teresa Romero. Tan solo una mujer de unos 70 años acudió a este establecimiento para comprar un desinfectante. Ninguna persona había entrado para adquirir mascarillas o algún material de protección.
FUENTE: ( http://ccaa.elpais.com/ )
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