Cuando se hizo el anuncio del Premio Nobel de Literatura era la una de la tarde en Estocolmo. En cambio, en la provincia canadiense de British Columbia –sobre el océano Pacífico-, en el pequeño pueblo que habita Alice Munro, eran las cuatro de la mañana. Naturalmente, ella estaba durmiendo. Pero la despertó su hija para darle la gloriosa noticia. Mientras tanto, el mundo literario no tenía nada que reclamar. A diferencia de otros premiados, Munro es universalmente admirada por su escritura y querida por su manera de ser modesta y amable. Es la primera mujer canadiense en ganar el prestigioso premio. El otro canadiense fue Saul Bellow, que aunque nació en Canadá es, de hecho, un escritor estadounidense.
El primer medio en entrevistarla fue la CBC (Canadian Brodcasting Corporation). Se le escuchaba a Munro, de 82 años, medio dormida, pero genuinamente feliz. Esperaba que el premio sirviera para darle más prestigio al cuento corto como género, decía. Que fuese considerado una forma de arte fuerte en sí mismo y no solo un lugar para hacer bocetos antes de escribir una novela, agregaba. De hecho, Munro ha dedicado su vida al cuento.
Pero sus cuentos, según sus seguidores, tienen toda la profundidad y complejidad de una gran novela. Frecuentemente ha sido comparada con Chejov. En una reciente entrevista en The New York Times, el novelista Jeffrey Eugenides dijo, “El último libro que leí fue El amor de una mujer generosa. No hay un cuento allí que no sea perfecto. Cada vez que terminaba uno quería tirarme al piso y morirme. Mi vida estaba completa. La prosa de Munro tiene una exactitud en su superficie que nunca estás preparado para los lugares chocantes a los que te lleva. Logra hazañas técnicas también, como cambiar el punto de vista en cada sección de un solo cuento. Esto es casi imposible de lograr…”
Sobre su propia obra Munro dijo: “Un cuento no es como un camino que uno sigue… es más como una casa. Entras allí y te quedas un rato, yendo de un lado a otro y quedándote donde te gusta, descubriendo como los pasillos y las habitaciones se relacionan entre sí, cómo el mundo de afuera se altera por como uno mira por las ventanas. Y vos, el visitante, el lector, estás alterado por estar en este lugar cerrado… Podés volver y volver y la casa, el cuento, siempre contiene más de lo que viste la última vez.”
Como William Faulkner, Munro habla del mundo desde un lugar particular. Vivió en un mundo alejado del negocio de la literatura. Sus primeros cuentos los escribió a los 21 y 22 años al lado de la cuna de su primer bebé, mientras él dormía. En su entrevista con The Paris Review en 1994 dijo, “Durante mi primer embarazo (a los 21) escribía frenéticamente porque pensé que después nunca podría escribir.”
En esa misma entrevista también dijo, “Nunca he tenido un problema en encontrar material. Espero que aparezca y siempre aparece. Tratar con el material que me inunda es el problema.”
Munro considera a la literatura un trabajo fuera del cual no se siente cómoda. “He escrito tantos años que no sé hacer nada más" señaló a La Vanguardia de España. Y agregó: "Sé que soy feliz cuando me viene una idea y puedo ponerme a trabajar de manera estructurada, y sé también que no soy muy buena tomando vacaciones". Allí mismo Munro se declaró seguidora de Borges, Javier Marías, Alberto Manguel, Vargas Llosa y García Márquez,
En 1968 pubicó su primera colección de relatos, "Dance of the Happy Shades" (La danza de las sombras felices), que le valió el Governor General's Award en Canadá. En la ceremonia de entrega, la llamaron "una ama de casa tímida", y eso la enfureció tanto que desde entonces se dedicó a demostrar lo contrario. Autora de obras como Mi vida querida (de corte autobiográfico), Secretos a voces, El amor de una mujer generosa, Escapada, (llevada al cine por Jane Campion) y La vista desde Castle Rock, entre muchos, obtuvo entre otros el Gilles Prize y el Man Booker Interanacional, en 2009. “Durante años y años pensé que mis relatos sólo eran tentativas para escribir la Gran Novela, pero descubrí que lo mío eran las narraciones breves”, dijo el año pasado, casi a manera de despedida.
Antes de saberse ganadora del Nobel, dotado con ocho millones de coronas suecas (casi 1.3 millones de dólares), antes de convertirse en la decimotercera mujer en obtener el premio Munro, había anunciado que no iba a escribir más. “Ya no tengo la energía para esto”, le dijo a un diario en Toronto. Y se mantiene firme en su decisión. Pero para sus lectores, viejos y nuevos, no va ser un problema. Sus cuentos, como dijo ella misma, son como casas en las cuales uno nunca se cansa de descubrir cosas nuevas. Y hay mundos enteros para descubrir.
Fuente: (http://www.revistaenie.clarin.com)
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